Claudia
(1988)
Cubrid su rostro;
me deslumbra;
ha muerto joven
New Orleans. Una
antigua casa colonial en Royal Street, abandonada hace más de un siglo.
Frente a ella se encuentra una mujer, Jesse, una experimentada miembro de la
Talamasca, sociedad secreta que investiga a los brujos, brujas, videntes de
espíritu..., y cuya creación se remonta al año 758, y que
también ha extendido su tarea a los vampiros, a los que la orden conoce
desde hace muchos años.
A Jesse le han encomendado la misión de descubrir si todavía hay
vampiros en New Orleans.Acaba de leer “Entrevista con el vampiro”. Se siente
intrigada y expectante... Cruza la puerta...
No hay fantasmas en la casa, o al menos que ella pueda ver (es una notable vidente),
pero nota una extraña y acogedora calidez. Alquila una máquina
de vapor para desnudar las paredes buscando el pasado, limpiando los restos
del incendio que destruyó la mansión. A veces cree oir a alguien
hablando en francés, a una niña llorando ¿o era una mujer?.
Y en una de las habitaciones de la casa ha llegado al mural del bosque mágico,
pintado a mano sobre una pared de yeso. El mural que Lestat encargó para
Claudia: “Unicornios y pájaros dorados y árboles llenos de frutos
por encima de rios deslumbrantes”. Como fondo, en una esquina detrás
de un muro se ve un castillo. Piensa en lo reconfortante que sería andar
hacia el castillo, y atravesar esa puerta de madera tan exquisitamente pintada.
Recuerda entonces una vieja canción, y de pronto nota que aquella puerta
es real, una puerta pintada que oculta una auténtica puerta de madera.
Intenta abrirla, y sólo cuando descubre que la empuñadura dibujada
está gastada, comprende, y de un
golpe seco en ella la abre de par en par.
Es un armario empotrado
en el que hay un libro blanco, un rosario, y una muñeca antigua de
porcelana. La coge, la mira, piensa en arreglarle el traje raído, recomponer
el lazo. Cree escuchar el
pequeño vals de Chopin...
Recuerda entonces
el libro leído y se sumerge en el torbellino de los acontecimientos del
incendio,
de la destrucción de Lestat, de la huida de Louis y Claudia.
“Estoy aquí,
Jesse, no temas, sigue, recuerda.
!!Aghh !!, qué placer sentir tu calor, ¿notas tú el mío?.
Empiezas a comprender que fui real, te gusta mi
muñeca ¿verdad?, pero qué anacrónica es su postura
inútil frente a ti, qué bella, qué antigua.
Mira el diario, fechado el 21 de septiembre de 1836, el regalo de cumpleaños
de Louis para su pequeña
hijita.
Nací para ellos, mis adorados padres, en ese día.
Ya sabes que Lestat me regalaba una muñeca todos los años,
ataviada con una copia de mi más reciente vestido. Yo las destruía.
Son muy hermosas, las trae de París,
pero mi muñeca y yo sabíamos que debíamos acabar en el
fuego o destrozadas miembro a miembro. La
muñeca y yo sabíamos que era nuestro natural destino. Eramos una
aberración que tenía los días contados.
Yo era uno de los tantos atrevimientos del sublime Lestat:
“quiero un niño”, “quiero tener un niño”, y me convirtió
en una inmortal vampira de 6 años, con poco
futuro por delante como ya verás (ni Lestat, ni Louis fueron capaces
de completar mi creación, tarea
imposible de todas maneras).
Lestat nunca supo el porqué hacía lo que hacía (y puedo
asegurar que hacía mucho...), y el riesgo de lo
prohibido, el riesgo que Magnus, su creador, le había advertido, le hizo
aumentar el deseo de traspasarlo,
era más fuerte en él la tentación de probar algo nuevo
que cualquier otra consideración. Magnus le vetó la creación
de vampiros jóvenes, y el sobrepasó el veto creando, no un vampiro
joven, más atrevido aún creó un vampiro niño.
Necesitaba, deseaba transgredir la norma, y la transgredió conmigo; y
sobre todo, Jesse, era tan
insoportablemente egoísta que necesitaba atar a Louis a algo más
que un amor desapegado, desaires,
desplantes, contestaciones a medias, ironías, a su inevitable compañía
de hermano vampiro. Por amor a
Louis, Lestat, el gran maestro del silencio, el poderoso vampiro, necesitaba
a la pobre Claudia para
amarrar a Louis, para que me convirtiese en su “niña compañera
de ataud”.
¿Qué ocurre, Jesse? ¿Qué te ocurre?. Sabes de mi
sufrimiento, de mi rebeldía, de mi ataque feroz a Lestat, del incendio
que intentó destruirle. ¿No comprendes?. No huyas ante mi odio,
mi rencor, mi horrible venganza, mi definitiva muerte, no huyas del dolor, no
huyas de mi dolor. Hay muchas más cosas que contar, algo más que
dolor y venganza, mucho más... Espera y conocerás. Escúchame
y comprenderás...Jesse, es de madrugada, el teléfono suena, me
estás viendo, no huyas, quédate conmigo.
Nooo...otra vez sola. Sales de la casa corriendo con la muñeca, el rosario
y el diario. Debo esperar. Debes volver. Alguien debe volver. Alguien se acordará
de mi... No he terminado aún. Saldré, intentaré visitar
tus sueños, una vez y otra vez y otra, debo continuar, no debes olvidarme...
Se que estás
enferma, que te quieren apartar de mi. Lo que temía ha sucedido. La verdad
te abruma, el
inmenso sufrimiento que padecemos los no vivos, el conocimiento de nuestro poder,
sin más límites que
los que nosotros mismos y entre nosotros nos infringimos, te enloquece. ¿Quién
dice que no puede morir
un vampiro?. Probablemente otro vampiro, para así protegerse, al ocultar
la verdad a los jóvenes, de la
enorme depredación que hay entre nuestra especie.
Yo, la más joven que conocí entre los míos, era la más
desprotegida, aunque luché hasta el último
momento por conservar mi existencia, mi condición vampírica, que
me ofrecía un amplio camino donde
pasear, retozar, correr.
No podía crecer físicamente, pero mi eterna niñez me confería
cualidades tales como egoísmo,
primitivismo, ansia de aprender (con los ojos de los niños, sin impurezas)
y un inusitado vigor para atacar cualquier obstáculo. Mi ignorancia me
hacía atrevida e inconsciente, sin miedo. Mi frágil apariencia
también me daba una ventaja adicional: la sorpresa en el ataque. Todas
buenas cualidades para ser
vampiro.
Me gusta que me escuches, y veas aún antes de que te lo cuente. Tu posees
el espíritu de la familia (La
Gran Familia de Maharet), y tus dones vienen de muy lejos. Aunque te hayan apartado
(eso creen) de mi, seguirás un poco más conmigo, no podrás
terminar hasta que conozcas a todos los que conocí, hasta que llegas
al mismo fondo del infierno y del placer de beber sangre, hasta que llegues
a Lestat; y también
llegarás a la duda, al vampiro “humano”, a mi adorado padre Louis, tan
querido. Pero no te quepa la
menor duda de que al final estará Lestat, siempre Lestat, el mismo demonio,
eso es lo que quieres conocer ¿verdad Jesse?. Lo tendrás, lo verás
y sabrás lo que llega a costar el conocer al gran Lestat, puede que te
arrepientas, Jesse..., pero ya estamos en el camino sin retorno.
Debo hablarte de ellos, mis muy queridos padres:Lestat y Louis.
Louis me mató, queriendo salvarme de una mísera vida. Lestat me
convirtió en vampiro para darme una
no-vida, no tan mísera, pero que es peor que la muerte real. Lestat jugó
con mi existencia creándome, y el haberme concedido ese maldito don de
la inmortalidad del que tanto se enorgullecía, escondía la verdadera
razón de su horrendo crimen: el egoísmo de la soledad de Lestat,
su atormentado y perpetuo deseo de traspasar los límites impuestos. !Era
un padre muy irresponsable para la pequeña Claudia!.
Lestat quería una hija para evitar que Louis huyera de él, porque
lo amaba. Louis me amaba a mi. Yo
amaba a Louis. ¿Lestat me amaba?. !Oh, si!. A su manera, muy a su manera.
Ya se que piensas que yo solo odio a Lestat, que en mí no cabe otro sentimiento
hacia él, pero te
equivocas, Jesse, lo destruí porque me causaba dolor (nos causaba dolor),
porque no me quiso enseñar lo que necesitaba saber, me maté a
mí misma al destruirlo a él.
Se que Lestat me amaba. Lo supe después con más certeza, cuando
visité sus recuerdos, y comprendí que yo, su hija, le partía
el corazón. Me consideraba una criatura magnífica y bella, su
criatura. Era su reflejo y su pecado, y comprendió porqué quise
destruirle, el hubiera hecho lo mismo en mi caso. !PADRE MIO, PERDONAME!.
Lestat me dio su sangre, su preciosísima sangre que me inundó
de pronto con un calor semejante al del
pecho de mi madre, sangre que me nutría como la leche materna, pero la
sentía más fuerte, y dulce, y
salada, y antigua. Me sumergí en un feroz apetito de ella, tanto que
Lestat tuvo que apartarme para no
desvanecerse.
Me dijo que debía beber, beber la sangre de los vivos, beber para seguir
existiendo; y me llevaba a matar,
compartía conmigo sus correrías nocturnas, y, sobre todo, me regaló
a Louis.
Si, me amaba, Jesse, era su creación; y era más semejante a él
que lo era Louis. Eramos un triángulo
diabólico y divertido, o a mí me lo parecía la mayor parte
del tiempo. Me distraían con fragmentos de
piezas de Shakespeare, tocaban, cantaban y bailaban para mi. Paseábamos
juntos por jardines y salones.
Hermosos y elegantes vampiros de terciopelo y seda.
Incluso era divertido jugarles pequeñas travesuras, me encantaba enfadar
a Lestat, tanto como disfrutaba
cuando Louis me acariciaba, me peinaba, me sentaba en sus rodillas como si fuera
su linda niñita, su hijita en realidad.
Louis me protegía, en cierto sentido (limitado sentido) de la crueldad
de Lestat; y hablando conmigo no
sabía qué contestar a mis preguntas, sino que Lestat nunca le
había contado nada.
Pasó tanto tiempo y tan agradable, que no llegaron a darse cuenta (sólo
Louis lo entrevió) de que yo había crecido (por dentro, eso sí).
Y necesitaba respuestas, no podía esperar ya más las contestaciones.
Yo no quería ya más demoras, Jesse.
El día antes de la fiesta de Todos los Santos descubrieron mi última
travesura, había matado a dos criadas, madre e hija. Lestat tuvo que
acabar con el padre y el hermano para no ponernos en peligro. No sabían
que ese día comenzaría la tortura que nos separaría. Increpé
a los dos, urgente: ¿cual de vosotros lo hizo?
¿quién me hizo vampiro?, pero solo tenía los ojos fijos
en Lestat al preguntar, y sus ojos me devolvían un maligno y profundo
placer por toda respuesta.
Jesse, Lestat solo
supo enfurecerse, se rompió la paz, y dediqué mi tiempo a estudiar
con fruición libros de ocultismo, brujas, magia, vampiros, casi todo
fantasía.
Me dirigí entonces a Louis: no me dices nada¿cómo lo hizo?,¿qué
somos nosotros?. Mi amado Louis no
conocía las respuestas, insistía en que Lestat no diría
nada. Mi rabia llegaba al límite, y con ella aumentaba mi determinación.
Louis, tu me enseñaste la palabra “ojos de vampiro”, a beberme el mundo,
a buscar la verdad, a tener
hambre de algo más que de sangre, a picar como un colibrí en el
tronco del árbol. Debo saber. Louis,
contéstame tu.
Louis se estremeció, el ya comprendía que era otra cosa distinta
a una niña, sabía dónde llegaba mi ansia, y sentía
reflejado y multiplicado en mi su ego de vampiro, pero tenía miedo, porque
si él poseía un cerebro brillante e inquisitivo, yo contaba con
un corazón fiero y salvaje. Y esa verdad, ese conocimiento le retrotrajo
al instante en que quiso abandonar a Lestat, al instante en que me crearon;
y supo que yo me atrevería a acabar la obra que él quiso comenzar,
abandonar al ignorante y egoísta Lestat. Creyó entonces que era
el momento apropiado y me reveló los detalles de mi creación.
Los odié. Por un fugaz instante, odié profundamente a esas dos
bestias que tuve por padres, aunque mi rabia volvió a enfocar solo a
Lestat, y al sufrimiento que nos había causado a Louis y a mi, convirtiéndonos
en sus esclavos.
Algo había que hacer, Jesse, para remediar la situación.
Aquello ya no llevaba a ninguna parte. El sueño de sesenta y cinco años
había terminado, y había que crear otro. Debíamos dejar
a Lestat.
En la última discusión que tuve con Lestat llegué a provocar
su miedo, probando al azar el alcance de su
ignorancia, y así encontré finalmente la respuesta a la única
cuestión que me interesaba ya de Lestat,
aunque el no pronunció ni una palabra para esclarecerla. Su miedo, su
furia, y su repentina huida le
delataron. Supe que, realmente, el no sabía nada, poco más que
yo; y su secreto era que no tenía secretos, nada podía enseñarme,
y me había condenado a una eterna ansiedad. Sólo repitió
con nosotros el rito que su creador hizo con él; y sin apenas aprender
más de su maestro, lo mató. Eso fue lo que dije a Louis, convencida.
Pero estabas equivocada Jesse, supe después visitando otra vez los recuerdos
de Lestat, que Magnus se suicidó. Pero esa era sólo una de las
razones de mi osadía, y no la más importante.
Creció en mi una fría cólera que invadía mi cerebro,
alertado por mi negro corazón. Lo mataré.
Tomé esta determinación de la que Louis quiso apartarme.
Louis, si no quieres ayudarme, apártate. No te interpongas. No se me
puede desalentar, le dije.
Jesse, nunca fui
tan sigilosa, nunca disfruté tanto matando como cuando planeé
la muerte de Lestat.
Disfrutaría su muerte, bebería su poderosa sangre, y sería
así más fuerte para unirme para siempre a Louis.
Seríamos el padre y la hija; el hermano y la hermana, el marido y la
esposa. Libres al fin del demonio.
Preparé para mi maldito padre una trampa, un banquete que no podía
rechazar, aderezado con una más
que suficiente ración de ajenjo y laúdano. Dos pequeñines
sonrosados, tiernos, dos bocaditos que le ofrecí en son de paz. Era tan
grotescamente gracioso contemplar su cara al verlos, mezcla de hambre y lujuria
ante tal festín mortuorio.
Devoró, deglutió, sorbió hasta la última gota de
sangre de uno de ellos, pero pronto notó algo raro. Si,
padre, demasiado ajenjo, te debilita, no pidas ayuda a Louis. Espera padre,
voy a por ti.
Noté un velo rojo que teñía mis ojos, y me arrojé
a él con una rabia nueva, segando su garganta de un tajo.
Había sangre por todas partes. Volví a hundirle el cuchillo en
el pecho, sangre, mucha más sangre.
Finalmente me arrojé a su cuello, hinqué mis dientes y bebí
de él. Consumí su sangre hasta el límite, y la
agonía de Lestat fue para mi el más dulce y perverso de los placeres.
El entonces se arrugó más y más, se convirtió a
un estado pútrido y horripilante. Tuvo un digno final el
goloso vampiro, fue consumido por su propia hija.
Somos libres, Louis,
deshazte de él.
Louis se llevó los despojos de Lestat, y yo rebusqué frenéticamente
algo que indicara si, finalmente, Lestat nos ocultó algún conocimiento.
No había nada.
Cuando Louis volvió, me dijo que cuidaría de mi, porque yo no
sabía cuidar de mi misma, pero me pidió
que me alejase de él, no me quería cerca, quería que durmiera
solo en mi ataud. Gemí:
Louis te lo dije, lo hice por nosotros, para que fuéramos libres.
Louis salió corriendo para no verme.
Jesse, entonces sentí lo que nunca había sentido, un dolor tan
lacerante y profundo, un vacío, un pozo
negro y oscuro; porque si maté a Lestat también fue porque amaba
a Louis, porque quería liberarlo de la
presencia de Lestat; y recorrer con él los caminos de Centroeuropa y
del mundo, ayudándole a buscar la
respuesta a nuestros interrogantes. Su cerebro y mi corazón, todo uno.
Y ahora él me decía que no me
quería. Lloré, por primera vez lloré, lamentando la pérdida
de Lestat, que me hacía perder también a Louis.
Al oir mi llanto, mi amado volvió, y estremecida y temblorosa me encaramé
a sus rodillas, y apoyé mi
cabeza en su corazón. Suavemente me abrazó y acarició mi
cabello. Louis, le susurré, no puedo vivir sin ti, moriría, no
puedo soportar que no me ames. Sollocé más fuerte y me besó
en el cuello y las mejillas. Mon amour...!qué feliz soy otra vez!. Creía
haberte perdido. Me dormí en sus brazos, soñando en nuestra eterna
felicidad.
La pesadilla aún no había terminado. Tres días después
noté la presencia del amigo músico de Lestat.
Había cambiado, era vampiro, Lestat lo había convertido y nos
siguió hasta la casa. Fui presa del pánico,
Lestat podría no haber desaparecido, estar todavía vivo, y vendría
por nosotros.
Mi desasosiego llegó al límite, y en esta ocasión fue Louis
quien nos salvó. Lestat apareció en pie, lleno de cicatrices,
derengado, cada momento de su muerte parecía haber dejado una huella
indeleble en él. Era el mismo demonio, acompañado de un vampiro
recién creado, que venía a destruirnos. Louis me ordenó
apartarme, y paralizada hasta ese momento, seguí sus órdenes.
Fue magnífico contemplar como tomó en ese momento el mando de
la situación, y se dispuso a defenderme, a defendernos con una potente
determinación, que nunca había visto en él. Amenazó
a Lestat con una lámpara. Yo asistía muda a tal escena, pero de
pronto lancé un alarido, cuando apareció estrellándose
contra los cristales, aquel vampiro músico, torpe, del que me deshice.
Miré entonces a mis padres, y se repitieron los aullidos de miedo, un
miedo que tampoco nunca había conocido, como el primer llanto en brazos
de Louis. Louis había lanzado la lámpara contra Lestat y éste
empezó a arder, se lanzó contra Louis luchando con él,
vi como lo tenía debajo sujeto, atenazado, y por fin desperté
del estupor para ayudar a Louis y acabar con aquella renacida pesadilla, y me
lancé con cólera hacia Lestat, golpeándolo con un atizador.
Prendió mi vestido, y Louis siguió golpeando al demonio. El incendio
crecía. Derrotados e inermes nuestros enemigos, me cogió en brazos
y salimos de la casa, que ya ardía rápidamente.
En nuestra huida a Centroeuropa, mientras esperábamos en el barco que
nos alejaría de New Orleans,
permanecí encerrada en la cabina con los ojos fijos en la cerradura,
rememorando lo acontecido. No me
había abandonado taltalmente el recelo de volver a ver a Lestat. Se había
formado en mi mente la idea de que realmente éramos inmortales, de que
no podíamos morir.
Una vez que zarpó el barco, me ensimismé en estos y otros pensamientos,
y distraje mis ratos de angustia entreteniéndome en seleccionar a mis
víctimas, en observarlas, en elegir la “causa” de su muerte.
Un día al despertar hablé con Louis, le comuniqué mis ideas.
Su mente no quería
entrar a resolver esa duda, lo noté, por lo que yo le di las respuestas.
Lestat no estaba
muerto, pero no podía defenderse y pudo sobrevivir en el pantano al que
le arrojaste alimentándose de
pequeños animales, recuperando sus fuerzas, incluso, después pudo
beber sangre humana, hasta que llegó a su amigo músico y lo convirtió
en vampiro, para con su ayuda vengarse de nosotros.
Comprendió
entonces que, tal vez, éramos verdaderamente inmortales, como yo ya creía.
De nuestro viaje a Centroeuropa poco tengo que contar, no te relataré
lo que ya conoces, para mi no
supuso más que una tremenda decepción el viaje. Comprobamos que
los vampiros centroeuropeos, que yo
pensaba que eran los orígenes, erán más atrasados que nosotros,
y no tenían más que un simulacro de no-existencia, en nada comparable
a la que habíamos llevado nosotros. Su aspecto, sus asesinatos, sus poderes
eran notablemente inferiores a los nuestros. En todos y cada uno de los poblados
que visitábamos sólo encontramos cadáveres sin mente.
Durante todo el viaje, Jesse, proseguí planteándome una pregunta
tras otra.
Mi amado padre no podía soportar esa idea. Renegado de su condición de vampiro, consideraba insoportable el pensar en convertir a más vivos para darles la vida en la muerte, para él era monstruoso. A mí no me interesaba más que saber, conocer, no tenía ningunas ganas de crear nuevos huérfanos como nosotros.
Louis se hallaba
francamente perturbado con mis pensamientos, que para mi no eran más
que simples
consideraciones, y sin embargo, veía en sus ojos que le herían
y conmovían como propios, y decidí que
debíamos partir de allí. El desarrollo de mis pensamientos y sentimientos
después de la muerte de Lestat, y la actitud cada vez más triste
y meditabunda de Louis, exigían un cambio.
Y ahora, Jesse,
llego al episodio final, al más lacerante de mi vida, al más triste,
a la pérdida de Louis, a mi desaparición. Por un breve espacio
de tiempo fuimos felicísimos, nos amábamos, nos teníamos,
no
necesitábamos nada más que el uno al otro.
Pero yo no podía sino dar vueltas y más vueltas, un latente desasosiego
crecía en mi. Después de haber
bebido la sangre de Lestat empecé a desarrollar su herencia: el gusto
por el lujo y los grandes gastos, que
con impaciencia, como él, exigía a Louis; me rodeaba de muchas
luces y seres humanos; cada vez obtenía más placer acicalándome
con anillos, lazos, sedas; y al mismo tiempo, la actitud distante y pensativa
de mi amado Louis, me hacía impacientarme y acumular furia contra el
que habiéndome puesto en el camino del ansia de saber, se negaba obstinado
a contestarme, dejando que fuera yo quien me preguntara y respondiera a mí
misma. Su miedo, sus dudas, me exasperaban. Había llegado el momento
en que la niñita, esa preciosidad, la “muerte infantil”, daba paso en
mi a una mente de mujer adulta encerrada en el cuerpo de una niña. Al
volverme adulta empezaba a sentir el peso de la educación y las enseñanzas
de mis progenitores. El mayor dolor era notar como, habiendo en el fondo de
mi corazón un continuo amor hacia Louis; crecía al misto tiempo
en mi una rabia sorda hacia mi amado, con el que nunca podría compartir
una vida como mujer.
¿Entiendes, Jess?. Imagina lo que es amar y ser amada por la criatura
más adorablemente humana, más
tierna, delicada, profunda y amorosa. Un día descubres que hay algo entre
los amantes humanos que no
has conocido nunca, que tampoco nunca podrás conocer, y sabes con la
certeza de la desgracia que no se completará tu unión con el objeto
de tu amor. No te puede hacer feliz; y él tampoco es feliz intentando
hacerte feliz a ti. Debía remediarlo, encontrar una solución,
no podía seguir creciendo mi odio, mi furia,
alimentando más y más su desdicha y la mía. Y aunque alguna
vez aseguré que yo no tenía naturaleza
humana, créeme, mi amor por Louis era mucho más que humano, era
inmortal, como nosotros...; cuando me despedí de él deseé
que me pudiese encontrar cuando me necesitase, poder volver a él otra
vez.
Encontré una artesana de muñecas, Madeleine, había perdido
una hija; y posó sus ojos en mi como
sustituta de la niña muerta, y yo en ella como madre adoptiva. Volví
a casa con una muñeca hecha por ella, y la estrujé desafiante
ante Louis, humillándolo.
El sexo entre humanos
es parecido, pero diferente. El amor físico en nosotros, los de mi especie,
culmina y es saciado solo por una cosa: la muerte. Nunca conoceré esa
sensación distinta de los vivos.
Bien, buscaré que se nos una Madeleine; y esperaré obtener una
cierta calma para Louis y para mi. Ella
podrá satisfacer su deseo adulto y amarrar a mi amado a mi. En lo profundo
yo sabía que no podía
funcionar tan descabellada idea, pero actuaba impulsada por la sangre de Lestat,
que me llevaba a repetir
incesantemente sus errores, quería utilizar a Madeleine para lo mismo
que él me usó a mi, para que Louis no nos abandonara. Yo buscaba
en mis acciones su triunfo. Fui necia, adquirí una furiosa determinación
que no conocía límites, debía luchar por mi misma, para
retener un amor imposible, por un deseo ciego,
aunque fuera poniendo en peligro mi propia existencia.
Conocimos entonces al jefe de la “asamblea” de vampiros en París, al
seductor Armand, y empecé a ver
claramente que estábamos en el sendero de la despedida, y tal vez de
la destrucción. Armand se rindió ante la belleza de Louis, y éste
no pudo sino hacer lo propio. Aquel vampiro moreno martilleaba mi cerebro:
“debes morir”, “debes dejarle en paz”. Me dejó indefensa y exhausta aquel
ser de 400 años tremendamente
fuerte y poderoso. Sentí el peligro. Un horrible peligro que amenazaba
con quitarme a Louis y mi propia
vida.
Convierte a Madeleine,
dame una madre que me ayude a seguir viviendo con esta envoltura ridícula.
¿No comprendes?, lucho por mi vida. Estoy en grave peligro.
Louis no quería
acceder a mis ruegos, se debatía entre el amor recién conocido
a Armand, y su larga
entrega a mi, su pequeña hijita. Nadaba en la confusión, siempre
tuvo muchas dudas y titubeos que no se
atrevía a contestar por miedo, se negaba a hacer el mal.
Yo ya no podía pensar sino en mi propia vida, en mi propia senda, mis
interrogantes ya no eran los suyos, él debía seguir su camino
al lado de Armand.
Mi rabia ya era incontenible, mi amor hacia Louis se convertía en odio,
en la misma medida que antes odié a Lestat. No podía seguir viviendo
con esa ira.
No hay otra salida.
Armand nos separa, me matará si no te dejo, quiero seguir viviendo. Dame
a Madeleine para que me acompañe.
Mi amado Louis, influido por la mente de Armand, presionado por mis exigencias,
en la mayor encrucijada de su vida; por primera vez, por el intenso amor que
me profesaba, por su conocimiento de que mi sufrimiento era igual al suyo, por
su desesperación ante la falta de otra solución, cedió
y me regaló a Madeleine.
El abismo se abrió ante mi. La asamblea me acusaba de haber matado a
Lestat, pedía mi muerte.
Jesse, mi maldito padre, el demonio, había vuelto, no estaba muerto,
y colaboró, según supe después en mi desaparición.
Lestat me acusaba directamente, lo entiendo, hacía lo que yo quise hacer
con él, sabía que era necesario acabar conmigo para asegurar su
propia supervivencia. Intuía que mientras yo viviese, él estaría
en peligro. Tenía razón, Jesse, mi odio hacia él no conocía
barreras. Llegó a suplicar patéticamente a Louis que volviera
con él, exculpándole de los dos ataques, incriminando a la pequeña
Claudia como a un engendro del infierno. Si, lo era, yo lo era, pero ¿quién
ma había creado?, ¿quién me había conducido en la
noche para beber la sangre de los humanos?, ¿qué sangre me hizo
despiadada?¿qué mente imbuyó en mí la búsqueda
hacia la verdad, y me llevó a tener una mente más fuerte que la
suya?.
Fuisteis vosotros, padres vampiros, los que lo hicisteis.
¿Sabes, Jesse?. El más reconfortante recuerdo de la pesadilla
que nos destruyó a Madeleine y a mi, fue
comprobar cómo Louis defendió hasta el último momento mi
vida, su amor por mi no se había extinguido.
Con fiereza intentó rechazar el ataque de los vampiros que fueron a apresarnos.
Con angustia gritó mi
nombre, y les suplicó que no me mataran. Con un tremendo sacrificio se
ofreció al propio Lestat, se
ofreció a volver con él, si salvaba mi vida. Pero el destino estaba
decidido. Momentáneamente pude
escapar de las garras de mis asesinos, pero eran muchos y muy fuertes, y yo
estaba sola. Me encerraron al lado de Madeleine, que más tarde compartió
conmigo el fuego que nos consumió, abrazadas las dos, madre e hija.
Al quedar consumada nuestra destrucción, Lestat no pudo reprimir los
sollozos, Louis creyó enloquecer;
pero yo alcancé mi liberación de la no-vida, predestinada desde
mi creación a desaparecer. El pecado de
Lestat, la angustia de Louis se destruían conmigo.
Pero, créeme, Jesse. El amor de ambos por mi, los recuerdos que quedaban
en su mente eran fuertes e
imperdurables. Me han permitido seguir habitando este territorio de penumbra,
que tu muy bien conoces, y ver mi recorrido en mi corta vida, como a través
de mil prismas que reflejan luces poderosas, y sombras enormes.
Ahora te dejo, Jesse, cuando encuentres, por fin, a Lestat, a Louis, cuando
los conozcas, acuérdate de
todo lo que te he contado.
Como muy bien has visto,en nuestras vidas no todo era odio, sangre, horror y
destrucción. Recuérdalo,
recuérdame. Adios, Jesse.
DEDICADO A DAVID